Fue la pregunta que me hizo una dama que conocí hace poco tiempo atrás, mientras esperaba ser atendida en una clínica. Esta señora estaba junto a un pequeño niño, que luego supe era su nieto y por su forma de hablar me di cuenta que, aunque hablaba español, esta no era su primera lengua sino la “misquito”, de la región de Mosquitia donde recientemente ocurrió un naufragio de 36 pescadores que murieron ahogados por una fuerte tempestad y de los cuales fueron encontrados solamente 27.
Con tristeza me contaba que uno de sus hermanos murió en esa tragedia y dejó a su esposa viuda con siete hijos pequeños. Lo único que pude expresar fue que Dios cuidaría de su familia y que Él estaba con ellos.
Enseguida me preguntó si yo era cristiana, entonces aproveché la oportunidad para hablarle del amor de Cristo. Se acercó con mayor interés y me dijo: – ¿Cómo puedo hacer para quitar el enojo que siento y que no me deja vivir en paz?
Me contó que había escuchado del Señor pero que nunca lo había aceptado. Comencé a explicarle que Él la podía ayudar a cambiar su vida pero que ella tenía que comenzar invitándolo a morar en su corazón. Que al hacerlo tenía que entregarle ese enojo que sentía con sus hijos que no la escuchaban y con Dios, por haberse llevado a su hermano dejando a sus pequeños sobrinos.
En ese momento, sentí temor de preguntarle si quería aceptar a Cristo ya que nos encontrábamos en un lugar público, entonces le dije que estaría orando para que Él le quitara ese enojo pero en ese momento algo me inquietó para que orara por ella en ese mismo instante sin importar donde estábamos y que si no lo hacía perdería esa oportunidad de guiar a alguien al Señor, ya que ella había expresado que necesitaba hacerlo.
Entonces le dije: -¿Sabe? Ahora mismo voy a orar por usted y si desea aceptar a Cristo puedo guiarle en una oración, ¿qué le parece? Luego de mirar hacia los costados para fijarse si alguien la estaba viendo, me respondió: -Sí, está bien, ore por mí.
La guié en una oración de fe y luego de orar por su enojo le compartí lo que nos dice la Escritura en Efesios 4: 26-27: “Si se enojan, no pequen. No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol, ni den cabida al diablo”. (NVI).
Le expresé que no vería un cambio de la noche a la mañana, que era un proceso, y podía ser lento. Le compartí que cuando sintiera ese enojo, y si fuera posible, se aparte un lugar en donde pudiera reflexionar, esperar a que se le pase, y en ese momento le dijera al Señor: “Te necesito”. De esta manera, llegaría un día en que ya no lo sentiría más, y se asombraría por ello; así comprendería que fue Cristo quien la ayudó.
Al despedirnos me pidió mi número de teléfono y me dijo que le gustaría continuar la comunicación conmigo para que la siguiera aconsejando.
Fue un lindo tiempo compartido, doy gracias a Dios por la oportunidad que me dio de acercar a alguien a su amor.
Marina Pinto
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