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noviembre 15, 2017 By Encuentro

De la Fe a la Vision

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(Tomado del Internet)

Hace unos 14 años, estaba revisando el registro de mis estudiantes universitarios para la sesión de apertura de mi clase sobre teología de la fe.  Ese fue el primer día que vi a Tommy.  Estaba peinando su largo cabello rubio, que colgaba 15 centímetros por debajo de sus hombros.  Sé que lo que está dentro de la cabeza y no sobre ella, es lo que cuenta; pero en ese tiempo yo no estaba preparado para Tommy, así que lo etiqueté como extraño, muy extraño.

Tommy resultó ser el ateo residente de mi curso. Constantemente objetaba o se burlaba de la posibilidad de un Dios que amaba incondicionalmente.  Vivimos en una paz relativa durante un semestre, aunque a veces él era un dolor de cabeza.  Al final del curso, cuando entregó su examen, me preguntó en un tono un poco cínico:

–   ¿Cree usted que encontraré a Dios alguna vez?

Me decidí por un poco de terapia de choque.

–    ¡No!, dije enfáticamente.

–   ¡Ah!, respondió.  Pensé que ese era el producto que estaba usted vendiendo.

Lo dejé dar cinco pasos hacia la puerta y luego lo llamé:

–    Tommy.  ¡No creo que lo encuentres nunca, pero estoy seguro de que Él te encontrará a ti!

Tommy simplemente se encogió de hombros y se fue.  Me sentí un poco desilusionado de que no hubiera captado mi hábil mensaje.  Después escuché que Tommy se había graduado y me sentí debidamente agradecido.  Luego me llegó un informe triste: Tommy tenía cáncer terminal.

Antes de que yo pudiera buscarlo, él vino a mí.  Cuando entró en mi oficina, su cuerpo estaba muy deteriorado y su largo cabello se había caído a causa de la quimioterapia.  Pero sus ojos eran brillantes y su voz firme, por primera vez en mucho tiempo.

–    Tommy, he pensado mucho en ti.  Supe que estás enfermo, le dije.

–    Sí, muy enfermo, profesor.  Tengo cáncer.  Es cuestión de semanas.

–  ¿Puedes hablar sobre ello?

–    Seguro, ¿qué le gustaría saber?

–   ¿Qué se siente tener 24 años y saber que estás muriendo?

–    ¡Bueno, podría ser peor!

–    ¿Como qué?

–    Bueno, como tener 50 años y no tener valores o ideales.  Como tener 50 años y pensar que beber, seducir mujeres y hacer dinero, son las cosas más importantes en la vida.

Realmente yo vine a verlo por algo que usted me dijo el último día de clase.  Yo le pregunté si usted pensaba que yo alguna vez encontraría a Dios y usted me dijo que no, lo cual me sorprendió.  Luego me dijo:  «Pero Él te encontrará a ti».  Pensé mucho en eso, aunque mi búsqueda no fue para nada intensa entonces.  Pero cuando los doctores quitaron un bulto de mi ingle y me dijeron que era maligno, tomé muy en serio localizar a Dios.   Y cuando la malignidad se diseminó a mis órganos vitales, comencé realmente a golpear las puertas del cielo.  Pero nada sucedió.  Así que un día me desperté y, en lugar de lanzar más peticiones inútiles a un Dios que puede o no existir, simplemente me di por vencido.

No me importaba Dios ni la otra vida ni nada por el estilo.  Decidí entonces pasar el tiempo que me queda, haciendo algo más lucrativo.  Pensé en usted y en algo que había dicho en una de sus conferencias:  «La tristeza esencial es ir por la vida sin amar.  Pero sería igualmente triste dejar este mundo sin decirles a los que amas que los has amado».

Decidí empezar con el más difícil de todos:  mi padre.  Él estaba leyendo el periódico, cuando me acerqué y le dije:

–    Papá, me gustaría hablar contigo.

–    Bien, habla, contestó.

–    Quiero decirte que esto es importante para mi, papá.
Bajó su periódico lentamente como unos 10 centímetros y me preguntó:

–    ¿De qué se trata?

–    Papá, te quiero.  Simplemente quería que lo supieras.

Tommy sonrió y dijo con evidente satisfacción, como si sintiera que una alegría cálida y secreta surgiera dentro de él y continuó:

–    El periódico cayó al piso.  Entonces, mi padre hizo dos cosas que no recordaba que hubiera hecho antes.  Lloró y me abrazó.  Hablamos toda la noche, aunque él tenía que trabajar al día siguiente.

Fue más fácil con mi mamá y mi hermanito.  También lloraron conmigo, nos abrazamos y compartimos cosas que habíamos guardado en secreto por muchos años.  Sólo sentí haber esperado tanto tiempo.  Aquí estaba yo, a la sombra de la muerte, y apenas comenzaba a sincerarme con las personas que estaban cerca de mí.

De pronto, un día Dios ya estaba allí.  No vino a mí cuando se lo supliqué.  Aparentemente, Dios hace las cosas a su manera y en su momento.  Lo importante es que usted tenía razón.  Él me encontró, aunque yo había dejado de buscarlo.

–    Tommy, creo que estás diciendo algo mucho más profundo de lo que piensas.  ¿Estás diciendo que la manera más segura de encontrar a Dios no es convertirlo en una propiedad privada, sino abriéndose al amor?  Tommy, ¿podrías hacerme un favor?  ¿Vendrías a mi clase de teología de la fe a decir a mis estudiantes lo que me acabas de contar?

Aunque programamos una fecha, no pudo lograrlo.  Por supuesto, su vida no terminó realmente con su muerte, sólo cambió.  Dio el gran paso de la fe a la visión.  Encontró una vida mucho más hermosa de lo que el ojo del hombre ha visto nunca, o la mente del hombre ha imaginado jamás.

Antes de que muriera, hablamos por última vez:

–    No voy a poder ir a su clase, me dijo.

–    Lo sé, Tommy.

–   ¿Se lo dirá usted a todos por mí?.  ¿Se lo dirá a todo el mundo por mí?

–    Lo haré, Tommy.  Se los diré.

Autor Desconocido.

 

 

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