Por Edith Gomez
La violencia en México es un factor determinante de la deserción escolar e incluso una causa importante de muertes infantiles. Miles de niños, niñas y adolescentes de este país, crecen en un contexto de violencia cotidiana que deja secuelas profundas e incluso termina cada año con la vida de centenares de ellos. Gran parte de esta violencia, que incluye: violencia física, sexual, psicológica, discriminación y abandono permanece oculta y en ocasiones, es aprobada socialmente. Mi historia también se halla también dentro de estas estadísticas…
Mis padres, ambos mexicanos, nos criaron a mis hermanos y a mí en medio de un clima de violencia. Mi padre, un autoritario mientras que mi madre era sumisa y abnegada. Formamos parte de una extensa familia, con siete hijos, tengo cinco hermanas y un hermano.. Todos crecimos en medio de violencia verbal y física, carente de amor y comprensión a pesar de asistir a la iglesia crisitana. Fui tratada por mi padre como un varón, ya que las mujeres hacíamos labores de varones: sembrábamos milpa, elaborábamos ladrillos, cargábamos bicicletas, además de la construcción de nuestra propia casa. Mi padre tenía una empresa de bicicletas y sus hijos hacíamos el inventario y toda clase de trabajos. Las hijas también hacíamos de todo, menos ejercer el rol de una mujer, pues éramos tratadas como unas más de sus trabajadores. Diariamente nos decía: “maldito el día que naciste”, “eres una perra”, “eres una prostituta”, “eres un parásito”. Nunca se celebró un cumpleaños en familia y en la mesa nadie hablaba y si en la calle coincidíamos nos ignoraba. Fue una niñez bastante difícil y dolorosa, Y la adolescencia fue del mismo modo….
Teníamos que vestir ropa que cubriera nuestros brazos y piernas porque todos los días, nuestro papá nos pegaba por cualquier razón. Como mencioné ´anteriormente, mis padres profesaban la religión cristiana, pero de Cristo no había ningún fruto. Llegó el día de ir a la Universidad y comencé a estudiar la carrera de Psicología, porque dentro de mí había una gran necesidad de identidad, tenía muchos miedos ya que mi personalidad estaba muy dañada. En casa seguía sufriendo violencia y fue así como empecé a odiar el Evangelio, para mí era solamente un engaño. Sin embargo, mi padre para entonces ya era pastor pero la situación en casa era la misma: no había amor, sólo violencia. Así que comencé a salir los fines de semana para embriagarme con mis amigas de la universidad y empecé a fumar. Pero mientras más probaba los deleites del mundo, más me hundía, incluso llegué a pensar en el suicidio. Hasta que un día, Jesús de Nazaret tuvo misericordia de mí y me alcanzó; entonces empecé a caminar junto a Él. Al mismo tiempo conocí a un hombre maravilloso, quien más adelante sería mi esposo pero que no tenía idea de lo mucho que yo había sufrido. Cuando nos conocimos supe que me amaría mucho y yo estaba realmente enamorada de él, me transmitía mucha paz y fue así que Dios me regalaba esa gracia inmerecida, ese regalo de amor. Nos casamos un año después de conocernos y me involucré en la iglesia donde el líder espiritual me había presentado a Jesucristo. Pero sin darme cuenta caí en manos de este líder que me hacía daño psicológico, que se aprovechó de mi gran necesidad de amor y aceptación y con el tiempo fue alejándome de mi matrimonio. Esta persona hablaba mal de mi esposo y según él lo hacía de parte de Dios, mi esposo sufría al vivir conmigo y se refugió en la política mientras que yo lo hacía en la religión y fue así como ambos nos distanciamos y nos abandonamos emocionalmente, y aunque vivíamos bajo un mismo techo y aún como compañeros de cuarto, el amor entre nosotros se esfumó. Mi líder espiritual me decía que si nos salíamos de la iglesia moriríamos, que la espada de Jehová nos mataría porque no estaba de acuerdo en el matrimonio que yo tenía y que me quería para Él. Esto me mantuvo alejada de mi propia familia y de la familia de mi esposo, creyendo el engaño que ellos eran mis enemigos, que me odiaban y me tenían todos, incluyendo mi propio esposo como una prostituta, esas palabras dañaron tanto mi corazón que provocaba que me alejara cada día más de mi marido. Faltaría tiempo y palabras para expresar todo lo que he vivido durante esos 11 años que fui engañada, hasta el grado de lograr separarme destruyendo mi matrimonio y sin poder darme cuenta de la ceguera en que vivía.
Un día mi esposo se fue del hogar, ese día el mundo se me acabó, me sentí morir- Baje 10 kilos de peso, perdí el deseo de vivir e incluso pensé en el suicidio. Sin embargo seguía asistiendo a la iglesia, dando mi mejor esfuerzo pero no podía ordenar mi vida. Realmente era una situación de mucho estress, el líder espiritual me dijo que Dios estaba en mi asunto y que Él me había quitado a mi esposo, que no quería que yo siguiera con esa relación, porque no estaba interesado en restaurar mi matrimonio porque más adelante, en un año aproximadamente, me casaría con un verdadero siervo de Dios; que me tranquilizara y que siguiera sirviendo. Sinceramente para mí era muy difícil. Mi esposo se había marchado de la iglesia, y seis meses después yo también lo hice con mis dos hijos. No soportaba estar ahí donde me habían hecho tanto daño, con el tiempo empecé a percibirlo de manera clara. Y aunque este pastor les prohibió al liderazgo de la iglesia buscarme o llamarme por teléfono, hoy en día sé que fue lo mejor.
El Espíritu Santo empezó a enseñarme mi verdadera realidad, me mostró mi estado de pecado, de cómo durante estos años había dejado de escuchar su voz, y había prestado mis oídos a otra persona sin escucharlo a Él. La falta de su fruto en mí, de todo el daño que le había hecho a mi esposo, a mi familia y a la familia de mi esposo. Empezó a confrontarme con mi rebeldía, y mi falta de conocimiento en Él, de su amor que tanto anhelaba, de la necesidad de rendirme por completo a Su Voluntad y a aquietarme.
En medio de la tormenta, puedo decir que al fin soy libre. Dios me concedió el privilegio de recibir consejería de un especialista internacional que Dios está usando poderosamente para bendecir a muchos matrimonios. Hoy estoy empezando de nuevo con mis dos hijos y deseo ser la madre de acuerdo a la Biblia, cumplir mis roles asignados por Dios con sabiduría y prudencia.
Doy gracias al Espíritu Santo, mi compañero fiel, confidente, consolador, amigo, consejero que ha sido el testigo de todo lo que he vivido y está sanando mi adolorido corazón, su inmensa paciencia y amor me sostienen cada día permitiendo que me levanto para ser una mujer de Dios.
El Espíritu Santo es el único que puede ayudarnos en nuestra debilidad, y sanar nuestras heridas, oro para que mi Señor sane las heridas de mi esposo, que es un hombre realmente maravilloso y extraordinario y así se restaure totalmente nuestro hogar.