Hoy quiero compartir con ustedes una linda reflexión:
El regalo de mi hija
Este día había sido uno de los peores para mí. En la oficina habían rechazado uno de mis proyectos. Recuerdo que entré en la casa, tiré las llaves de mi auto en la mesita del centro de la sala, cuando vi a aquella escena que antes los ojos de un pintor era linda, pero no para aquel irreflexivo padre que solo vi el derroche que su pequeña hija estaba haciendo al desperdiciar un fino rollo de papel de regalo, color dorado. Sin pensarlo y enfurecido, agarré a mi hija por los hombros y como si ella entendiera, le gritaba: “¿No te das cuenta que estoy sin trabajo, que el dinero no cae del cielo, no puedes pensar que no hay dinero para desperdiciar?” Entre lágrimas y sollozos, la pequeña abandonó su impresa y corrió a los brazos de su mama.
La mañana siguiente con una sonrisa de oreja a oreja y mientras aun yo seguía metido en la cama, mi inocente niña llegó y me trajo aquel regalo.
Todavía recuerdo la dulzura de sus palabras: “Papito aquí está tu regalo!” Adormitado y sorprendido ante de aquel hermoso gesto, tomé en mis manos aquella cajita mal arreglada “Me siento avergonzado por haberte gritado ayer hija, perdóname!” No había terminado de excusarme cuando me di cuenta que la caja estaba vacía y otra vez mi reacción de furia fue instantánea y volví a explotar “¿Que no sabes, que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo adentro?” y mi pequeña hija volteó hacia arriba como si enfrentará un gran monstro y con lágrimas en sus ojos me susurró estas palabras, que me despertaron para siempre: “Pero papito no está vacía, yo estuve soplando besos todo el día adentro de esta caja, y todos estos besos Papito eran para ti.” Después de estas palabras sentí que la tierra me tragará, me di cuenta que los afanes, los problemas, las presiones no me permitían disfrutar el tesoro más grande, que Dios me ha dado, mi hija. Las lágrimas me inundaron. Sentí un calor especial en mi pecho, puse mis brazos alrededor de mi pequeña, de mi hija, de mi princesita, le supliqué con lágrimas que me perdonará, y juntos lloramos.
Ahora aquella caja dorada adorna mi mesa de noche y cada vez que me siento agrumado, preocupado por las presiones de la vida voy y tomo uno de aquellos besos imaginarios de mi hija, que con mucho amor me regaló. Este día mí hija se casa, mañana tal vez seré abuelo, pero esta caja me acompañará para recordarme el valor del amor incondicional.
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