Me encontraba en Honduras, viajando de una ciudad a otra, cuando un Pastor y buen amigo mío junto a su amada esposa, sacrificaron un tiempo de su apretada agenda para movilizarme. Antes de salir, él regresó a su casa y recogió a un joven para que nos acompañara. Luego emprendimos nuestro viaje con nuestro nuevo acompañante, quien asumí en un principio que era creyente. Sin embargo, mientras conversábamos y conversábamos, este joven se mantenía callado. Solamente había pasado aproximadamente una hora en la ruta cuando un retén policial nos detuvo:
– Su licencia, por favor –dijo el oficial. Luego de examinarla dijo: –Señor, esta licencia está vencida.
– ¡No puede ser! –Respondió el pastor.
Efectivamente, mi buen amigo, este generoso hombre que estaba haciendo la caridad del día al no permitirme que viajara en autobús, estaba conduciendo con una licencia vencida. Seguramente algunos de ustedes sepan lo que sucede ante una situación así en estos Países. El Pastor nervioso percibió que comenzaría “la negociación” indicada y se adelantó diciéndole:
–Oficial, es que estoy movilizando a un Misionero Canadiense– En esa situación, la palabra mágica era “Canadiense”, para que el policía desistiera su actitud.
Entonces intervine rápidamente, ya que me di cuenta de que nuestro Policía quedaría sin recursos de negociación y posiblemente lo amenazaría con confiscar el auto.
–Señor Oficial, tengo una sugerencia –dije con voz firme. Él se sorprendió que el “Canadiense” se estuviera metiendo en este enredo.
–Permítale a este joven que viaja con nosotros que tome el auto, ya que su licencia está aún vigente…
– Muy bien– dijo el oficial –que conduzca el Joven.
Rápidamente nuestro acompañante se movió, tomó el auto y arrancamos…. Di gracias a Dios al verlo arrancar perfectamente, ya que yo no sabía si este muchacho sabía conducir o no… Después de un rato le pregunté:
– ¿Y? ¿Tienes licencia?
– Claro que sí– Asintió nuestro Joven… Fue así como comenzó la conversación ahora con mi nuevo chofer.
El comenzó a preguntar sobre el rol de la virgen María y aseguró que María era su madre porque Jesús era su hermano mayor. Hasta ese momento entendí que nuestro silencioso amigo no compartía nuestra fe como nacidos de nuevo. Por un buen tiempo conversamos sobre el rol de la virgen María en nuestra fe. Cuidadosamente le expliqué que Dios había escogido a María por su pureza, para enviar a su Hijo a traernos salvación, pero que ella no era la Madre de Dios, sino una humilde sierva utilizada por Dios para enviar a su Hijo como hombre a cumplir la misión salvífica de la humanidad. Larga conversación pero pacífica…
Más tarde cuando hicimos una pausa en el camino para almorzar, me di cuenta que este joven estaba interesado en saber más sobre las Escrituras. Y mientras comíamos, un suculento pescado frente al hermoso lago de Yojoa, decidí contar y dramatizar la historia de los caminantes que encontramos en el capítulo 24 del evangelio de Lucas.
Siempre me gusta decir que en esta historia los ojos les fueron abiertos mientras comían. Vea lo que dice el texto Sagrado en los versos 28 al 35: “Cuando llegaron a la aldea adonde iban, Jesús hizo como que iba a seguir adelante, pero ellos lo obligaron a quedarse. Le dijeron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y es casi de noche.» Y Jesús entró y se quedó con ellos. Mientras estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y les dio a ellos. En ese momento se les abrieron los ojos, y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: « ¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» En ese mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, los cuales decían: « ¡En verdad el Señor ha resucitado, y se le ha aparecido a Simón!» Los dos, por su parte, les contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
La realidad es que este texto puso muy pensativo a nuestro amigo y ahora los que permanecían sin decir una palabra eran mi amigo el Pastor y su esposa.
Emprendimos nuevamente el viaje, pero esta vez consideré prudente callarme y dejar que el Espíritu Santo le ayudara a digerir a mi nuevo amigo la conversación y el enorme pescado que disfrutamos en aquel majestuoso lago que nos recordaba el famoso lago de Galilea donde Jesús llamó a Pedro y al resto de aquellos humildes pescadores a la gran aventura del discipulado y al desafío de cambiar el mundo.
Pero sólo unos minutos después, mientras yo disfrutaba de aquel camino adornado de preciosas montañas, nuestro “caminante con la licencia vigente” decidió volver a preguntar más sobre el tema de la eternidad. Entonces comprendí que aquel policía que había descubierto la famosa licencia vencida estaba provocando que yo me atreviera a hacer la pregunta que he hecho tantas veces en mi vida desde mi juventud:
–Mi amigo, ¿y usted está preparado para enfrentar a Dios? – Entonces hubo un gran silencio. …
– ¿Qué quiere decir? – Preguntó nuestro caminante un poco preocupado.
–Eso mismo– insistí. –Si usted tuviera que presentarse ante Dios, ¿qué le diría?…
Se produjo otro silencio. Luego escuché un preocupado: “Mmm” de mi amigo y después continuó diciendo:
– ¿Por mis buenas obras?
– ¡Claro! –Respondí –Que las buenas obras son buenas ,pero no para salvación, la Biblia dice que hemos sido creados para buenas obras.”(Efesios 2:8-10)…. Y nuestro caminante me interrumpió y dijo con voz triste y serena:
–Yo amo mucho a Dios y he hecho muchas buenas obras, pero también reconozco que le he fallado a mi Dios.
–Permítame confirmarle– dije. –TODOS le hemos fallado a Dios y es por eso que no podemos decir que por nuestras buenos obras alcanzaremos la vida eterna. Imagínese– proseguí –que la vida de cada uno de nosotros es un vaso vacío y que nuestras buenas obras son como una gota de leche, ¿de acuerdo?
Y él respondió: – De acuerdo.
–Suponga que en su vida ha hecho muchas buenas obras y que el vaso ya está casi lleno, pero de pronto como usted dijera “le fallamos a Dios” así que esa falla, que la Biblia llama pecado, se convierte en una gota de aceite quemado y cae en el vaso. – ¿Qué pasa con la leche? – Inquirí.
–Se contaminó toda –dijo nuestro inteligente caminante.
–Exactamente– dije. –TODOS estamos CONTAMINADOS por el pecado (Romanos 3:23). Luego le expliqué: –Pero Dios resolvió ese dilema escogiendo a María para enviar a Jesús a morir en aquella horrible cruz.– Ahora nuestro caminante abría aún más sus ojos y se lo veía realmente angustiado. Yo continúe: – ¿Recuerda cuando Cristo estaba en agonía en aquella Cruz?
–Sí –dijo muy triste.
–Bien –proseguí –En es momento la Biblia relata que Dios le volvió la espalda a su hijo*. Ahí estaba cargando con sus pecados y mis pecados y los de todo el mundo. ¿Se da cuenta?, en ese momento Cristo gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:45-46).
Luego me dirigí a mi joven amigo y le pregunté: – ¿Quién cree usted que murió por limpiar el proverbial vaso contaminado?…. ¿Jesús o María? –
El silencio fue un poco más prolongado, entonces continué: –Jesús dijo: “Yo soy el CAMINO, la VERDAD…. Y sin dejarme terminar, nuestro caminante interrumpió: –…Y la VIDA”. Luego hizo una pausa. Retomé el versículo de San Juan 14:6: “…Y nadie viene al padre…” e intencionalmente pausé y mi amigo concluyó el texto bíblico con mucha fuerza: “…. Y nadie viene al Padre sino por mí“. Era como si la eternidad hubiera puesto su sello en aquel muchacho que nunca había tenido la intención de ser mi chofer. Aquellas tres horas de viaje habían volado, habíamos arribado a la próxima ciudad donde yo tendría que seguir haciendo entrevistas para el programa radial ENCUENTRO (www.encuentro.ca)
El tráfico de la gran ciudad demandó toda la atención de mi habilidoso conductor y un silencio incomprensible tomó el control. Cinco minutos después la conversación se limitó a ir en búsqueda de la dirección del hotel donde pasaría la noche. Finalmente llegamos…
Mi amigo el Pastor, todavía en silencio, bajó cortésmente mis maletas y nos dimos un abrazo de despedida. Luego me dirigí a nuestro caminante, le abracé, elogié su prudencia de conductor y también le agradecí. Después me dirigí al mostrador del hotel para registrarme. Cuando el botones abrió una segunda puerta advertí que alguien venía detrás de mí y oí una voz que me decía:
– Pastor, ¿no va orar por mí?– Era mi nuevo amigo, que no quería regresar a su “aldea” sin invitar a Cristo Jesús a ser su Salvador.
– ¡Claro que sí! – dije con alegría, mientras mi corazón saltaba con un fuego especial… Le expliqué, una vez más, que Cristo lo amaba y había muerto por sus pecados. También le cité Romanos 10:10 que dice: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. Ahí en aquel estacionamiento nuestro caminante confesó con su boca que Cristo era su Salvador.
Y mis ojos fueron abiertos y entendí que Dios había enviado aquel policía a hacer su “buena obra” en aquel montañoso camino de la bella Honduras. Usted decidirá si fue un Milagro o una Coincidencia. Mientras usted lo define, voy a retirarme a orar por aquel policía, para que no sólo pare a los caminantes sino que él mismo encuentre el CAMINO.
Ernesto Pinto
Enviado de Samsung Mobile