El profeta Jeremías fue enviado por el Señor a casa del alfarero para poder oír Su palabra y entender de manera práctica lo que le quería enseñar.
En Jeremías 18: 4 dice que: “la vasija que él hacía se echó a perder en sus manos pero él volvió a hacer otra vasija, según le pareció mejor hacerla.”(RVR 1960). En otra versión expresa: “pero la vasija que estaba formando no resultó como él esperaba, así que la aplastó y comenzó de nuevo.” (NTV).
En lo personal he sentido que muchas veces me deshice en sus manos, que por haber tomado malas decisiones terminé estropeando los propósitos que el Señor tenía para mi vida. Sin embargo, es maravilloso y reconfortante saber que Dios siempre tiene un plan de redención, que no se da por vencido ante estas situaciones y no nos arroja sino que vuelve a hacer una nueva vasija, hasta que quede como la que Él quería.
Si has experimentado algo similar tal vez te sientas identificada con el dolor y tensión que conlleva una ruptura. Fuimos creadas a Su imagen y semejanza nos revela Su Palabra, con el fin de traerle gloria, honra y alabanza pero hubo un “quiebre” que significó un antes y un después en nuestras vidas. Dichas heridas pueden tener diferentes motivos, como por ejemplo: un divorcio o un desengaño amoroso, relaciones truncadas con algún ser querido o graves problemas económicos, entre otros.
Todos sabemos que una vasija rota pierde su contenido y por lo tanto el sentido de su existencia. ¿Cuál sería el propósito de conservarla si ha perdido claramente su utilidad? Sin embargo, nuestro Padre nos crea nuevamente. Él nos funde, amasa, modela para lograr un nuevo diseño.
Ese proceso implica: tiempo, paciencia, disposición a ser moldeadas, dolor, confianza en lo que el Señor está haciendo con expectativas, en cómo será esa obra terminada.
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros,…”. 2 Corintios 4:7 (RVR 1960).
Agradecida estoy por esta nueva hechura que además de reflejar su excelencia, demuestra el inagotable amor y eterna paciencia.
Mónica E. Rosas
Colaboradora de ENCUENTRO
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