La palabra egoísmo se deriva del latín ego, que significa yo, y la palabra ismo, que significa tendencia o práctica. La palabra egoísmo se documenta en español hasta el año 1722, sin embargo, esta conducta ha sido parte del ser humano desde el principio o mejor dicho desde antes del principio. Todos sin lugar a dudas hemos sacado a relucir nuestra conducta egoísta seguramente en muchas ocasiones. El egoísmo es uno de los males anunciados, desde tiempos inmemoriales, para afectar a la humanidad posiblemente de manera mucho más fuerte en los tiempos finales. Una persona egoísta es una persona centrada en sí misma, incapaz de sensibilizar su alma hacia las necesidades de las personas que tiene a su alrededor. Aristóteles dijo acerca del egoísmo. Se trata, no solo de un amor propio (que, en realidad, no tiene nada de malo) sino de una pasión desordenada hacia uno mismo.
Dios en su palabra nos advierte sobre este mal. En 2ª Timoteo capítulo 3 dice así: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos, porque habrá hombres amadores de sí mismos, blasfemos, calumniadores, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, amadores de los deleites más que de la verdad”.Y eso es exactamente lo que vemos en la actualidad, un culto a la vanidad, al propio yo. Cuando actuamos irresponsablemente buscando primeramente el bien nuestro sin importar a cuantas personas se afecte con nuestra conducta, eso es ser una persona egoísta. Escudriñar la palabra de Dios nos ayudará en gran manera pues la Biblia no solo nos advierte de la conducta del hombre sin Dios en los últimos tiempos, sino que nos ayuda para fomentar como conocedores de su palabra una actitud diferente, contribuyendo, compartiendo, buscando siempre el bien de los demás antes que el nuestro.
En el libro de Filipenses capítulo 2-3 se nos exhorta a no hacer nada por envidia o egoísmo, sino considerando a los demás como superiores a nosotros mismos siempre. Dios entiende nuestra naturaleza, siempre inclinada al mal. Sin embargo, el reconocimiento de Dios dará como resultado, todos esos cambios, que para el ser humano solo, son realmente imposibles. En Romanos 8: 5 se nos insta a pensar en las obras del espíritu y no enfocarnos en todo lo que es carnal. Nuestro Señor Jesucristo, se despojó de toda su grandeza y se humanizó, iniciando sus días en la más humilde condición, como muestra de su desprendimiento de gloria e inmenso amor a la humanidad.
Samia Vargas
Colaboradora de ENCUENTRO
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