Hace unos días recibí un mensaje en mi cuenta de Facebook de un amigo que me decía: “Pastor, necesito un abrazo”. A lo cual contesté que le enviaba un “abrazo electrónico”. Me sorprendió mucho que después de ese comentario, varias personas más empezaran a solicitarme un abrazo también. Uno de ellos me comentó que la soledad lo estaba destruyendo.
Por un lado la tecnología nos conecta, pero por el otro nos aleja del calor humano. Por ejemplo: antes para retirar dinero de nuestra cuenta bancaria obligatoriamente teníamos que ir a una oficina del banco y por lo menos saludar a la persona que nos atendía. Hoy en día, lo hacemos a través de frías máquinas o realizamos los pagos de nuestros servicios vía internet. Recientes estudios sobre este tema nos informan que nuestros jóvenes, que literalmente se encuentran esclavos de las redes sociales, tienen la tendencia a ser personas solitarias, indiferentes, egoístas e irónicamente antisociales.
La realidad es que hoy, muchos carecen de calor humano. Sí, de ese calor que agita las latidos de un corazón, muchas veces cansado por el sufrimiento. La mayoría de nuestros ancianos, hace mucho que no reciben la visita de sus hijos o nietos y siente que cada latido se apaga ante la falta de afecto, de amor ante la desatención y el menosprecio.
Por otro lado, cuando voy a mi congregación, encuentro a personas con limitaciones físicas o económicas, pero satisfechos y con una sonrisa, deseosas de servir y atender a los demás. Un joven de nuestra congregación del estado de La Florida nació con problemas motores y consecuentemente es un poco lento para el aprendizaje, sin embargo lo verás cada domingo con una actitud envidiable. Siempre sonriente, tomándose el tiempo para darle la mano a cada persona en el santuario. ¿Qué hace la diferencia? Que este joven es discípulo de Jesús.
Mi amigo/a, Cristo llena todo vacío que la tecnología o las circunstancias puedan crear. Usted es una persona especial, ¿por qué se lo digo?… Porque Dios envió a su Hijo por usted. Eso hace la diferencia, para Dios usted tiene un valor incalculable. El apóstol Pedro lo describe así: “Sabiendo que fueron rescatados… con la sangre preciosa de Cristo…” (1ª Pedro 1: 18-19)
Si Dios nos valora de esa manera, cada uno de nosotros tiene que ser especial, Cuando hoy salga de su casa empiece a ver a los demás con dignidad, sabiendo que esa persona es especial y sentirá cómo su espíritu se renueva, verá crecer su autoestima hasta el cielo.
Mientras escribo, el Espíritu Santo me recuerda que cada vez que Cristo salía a la calle veía y trabajaba con dignidad en lo que se le presentaba. A los despreciados leprosos, Él se les acercó y los sanó. A la mujer que habían encontrado en el acto mismo de adulterio, Cristo exigió a sus acusadores que examinaran sus conciencias y que si alguno estuviera libre de pecado, que arrojara la primera piedra (San Juan 8:1-7). Imagine cómo se habrá sentido el corazón de aquella mujer al sentirse valorada, dignificada por Jesús. Las últimas Palabras del Maestro fueron música para sus oídos: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” (Juan 8:11)
Es tiempo de reflexión. Cuántas personas sufren o lloran, en silencio y en soledad, pues no hay quien deje de lado por un instante su propia vida y le dedique unos minutos. Los discípulos de Jesús debemos hacer más y hablar menos.
Hay mucho trabajo por hacer, salga a las calles y deténgase a ver el rostro de los ancianos, la carga que llevan las niñas o niños vendedores ambulantes, que cambiaron el juguete por un canasto de verduras, cambiaron su niñez por la responsabilidad que el padre ausente debió asumir. ¡Cuántas personas hoy, necesitan que alguien los abrace! ¡Cuántas personas que están solas, nos miran tratando de encontrar una sonrisa que los aliente a seguir! Las personas no recordarán lo que les diste, pero nunca olvidarán cómo los hiciste sentir.
La vida es muy corta como para gastarla embriagado de egoísmo y falta de consideración para los demás. Como quisiera darte un abrazo físico pero como no te tengo enfrente, por favor acepta mi mejor abrazo electrónico.
Para memorizar: Isaías 43:1-3 “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”.
Dios te ama y yo también.
Ernesto Pinto