Hace unos días recibí una nota que decía lo siguiente: “Mi marido quiere que le dé todo mi salario, sin embargo cuando le pido dinero para ayudar a mi madre que es una mujer viuda, no quiere darme ni un peso. ¿Cree usted que esto es abuso?”
Muchas personas me llaman o me escriben consultándome sobre la violencia doméstica. Me sorprende leer que en la actualidad los índices de abuso a mujeres y/o niños/as han aumentado notablemente en estos últimos veinte años. Hoy en día vivimos en la “era de la comunicación,” que en realidad debería llamarse la era de los artefactos de comunicación social porque las estadísticas nos dicen que, a pesar de esta revolución de las redes sociales, nos comunicamos menos en nuestro círculo familiar.
La violencia o abuso doméstico es una dura realidad. No pretendo con esta nota dar recetas que acabarían con este cáncer social, simplemente mi intención es abrir un espacio de reflexión y así crear conciencia al respecto.
Definimos violencia doméstica como cualquier situación de coerción psicológica, económica, sexual o física dentro de una relación íntima; en la cual intencionalmente se intente causar daño o controlar la conducta de una persona. Abuso no significa solamente agresión física, sino también agresión verbal, maltrato psicológico, contacto sexual no deseado, destrucción de la propiedad, daño a objetos o mascotas, control del acceso al dinero, negación sexual, aislamiento social, amenazas o intimidación a miembros de la familia del agredido/a.
Cuando observamos las estadísticas de diferentes medios, las mujeres son el blanco de abuso y luego le siguen los hijastros/as.
Si usted está atrapada/o en este comportamiento, recuerde que hay leyes que le brindan protección. Ármese de valor y haga una denuncia. Si se siente paralizada/o por el miedo, es recomendable buscar ayuda en una organización que brinde asesoramiento y contención en este tipo de situaciones. Reconozco que es incómodo hablar de este tema con otros, sin embargo es recomendable hacerlo y buscar consejo.
Como Pastores o líderes congregacionales, es muy importante que nos mantengamos bien informados y alertas para poder reconocer aquellas evidencias que indican si una persona está atravesando por una situación de abuso. Sé que no es un tema fácil, pero algunas señales son más evidentes que otras; debemos estar atentos.
En las Escrituras encontramos varias situaciones donde Jesús dignifica a las personas, una de ellas se encuentra en el capítulo 8 de San Juan, versículos 1 al 11. Ese pasaje narra la historia de la mujer adúltera. Mientras que la sociedad y la religión condenaban esta mujer, Cristo la valoró como creación y recipiente de la gracia de Dios.
Personalmente creo que la clave para detener el abuso es: reconocer la imagen de Dios en el prójimo.
Ante tanto abuso y denigración, nuestra sociedad necesita de una experiencia real con el Cristo que lo entregó todo en aquella cruz para traer orden espiritual a nuestras vidas.
Él lo dijo claramente: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia…y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mis manos.” San Juan 10:10, 28. (RVR 1960).
Ernesto Pinto
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