Siendo niña, Corina, vivió mucho tiempo con su abuela materna. Ella, que era una mujer de mucha fe, desde niña le enseñó a amar a Dios. Así que ella agradecía a su madre y abuela su crecimiento espiritual en aquel hermoso lugar. En una ocasión para una Navidad le preguntaron en la iglesia, si deseaba participar en una pequeña obra navideña que sería parte del programa de ese año y ella accedió gustosamente. La participación era diminuta, pero la recordaría y compartiría con el paso de los años con sus hijos y todos sus nietos. Se trataba de un grupo de niños que vestidos como los reyes magos llevaban todo tipo de regalos al humilde lugar donde se encontraba Jesús. Todos sin excepción hemos leído o escuchado la historia de la visita de los reyes magos al niño, en la ciudad de Belem, se supone que esos regalos eran de un valor incalculable, inclusive pudieron suponer la provisión para Jesús y su familia durante mucho tiempo. Lo único que Corina tenía que preguntar en esa pequeña participación era ¿Qué podía ella dar a Jesús que tuviese tanto valor como los mismos regalos de los reyes magos? No solamente participó sino aquella inquietante pregunta quedó dando vuelta en su cabeza y en su corazón, un día la pequeña acercándose a su abuela le preguntó ¿Que podía dar a Jesús que tuviese tanto valor como aquellos grandiosos regalos? y ella le explicó que ellos llevaron a Jesús regalos de valor incalculable sin embargo no ofrecieron el más importante, el único que a Jesús de verdad le interesaba y ese podría ella ofrecerlo a Jesús y ese regalo era su corazón. Hacer de tu corazón el lugar donde more Jesús es el más importante de los regalos que puedes ofrecer a Jesús ahora y siempre, afirmó aquella dulce abuela mientras la niña escuchaba con atención y alegría aquella tan alegre noticia que muy en el futuro compartiría con toda su descendencia.
Samia Vargas
Colaboradora de ENCUENTRO
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Recuerdos Navideños
Recordando los abuelos