– Ya estoy cansado de tantos pleitos y he decidido irme de mi casa – fue la confesión de un amigo que vino a visitarme para una consejería familiar. Luego de escucharlo con atención, le pregunté:
– “¿Tiene usted una habitación donde pelear con su cónyuge?”
– “¿Cómo?”, me respondió muy confundido.
Así es, cada matrimonio funcional debe de tener reglas para pelear y consagrar una habitación para ese fin. Los pleitos son inevitables en las parejas, pero al destinar “un cuarto para pelear” están diciendo “pelearemos para fortalecernos, no para destruirnos”.
Las reglas claras del juego nos ayudan a ganar la batalla.
Con el “cuarto de peleas” definimos cuándo y cómo pelearemos (más adelante ampliaré este concepto).
Muchos de los conflictos que se generan en nuestros hogares tiene su raíz en el egoísmo individual, o sea el narcisismo, al cual rinde culto nuestra sociedad moderna. El apóstol Santiago nos pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra”. Santiago 4:1-3.
Si seguimos el pensamiento de Santiago, los conflictos se exageran porque cada uno busca su beneficio propio, sin poner en un saludable balance las necesidades de su cónyuge. En vez de buscar una solución, trato de demostrar que YO tengo mejores armas para derrotar mi enemigo, en este caso mi propio cónyuge. Es por eso que un cómico definió al matrimonio como “los únicos enemigos que duermen juntos”.
¿Cuáles son entonces las armas que se aplican en esta lucha donde el cuadrilátero es el hogar y el público son los hijos?
Existen miles de armas utilizadas como arsenal para la destrucción, pero en esta ocasión solamente analizaremos algunas de ellas:
– El famoso trato del silencio:
Con el mismo se pretende castigar al “contrincante”. No cabe duda que en algunos momentos el silencio puede ser un aliado si lo utilizamos para frenarnos y pausarnos o para pensar lo que diremos. En cambio si usted usa el silencio para mostrar odio y desprecio o simplemente para castigar, entonces lo está usando como un arma.
– La frase amenazadora “me voy del hogar”:
Esta es otro arma manipuladora que sólo demuestra imposibilidad de enfrentar con madurez los desafíos de cualquier relación.
– El abuso físico:
Esta es un arma, por cierto muy prehistórica o cavernícola, que no debería, ni de mencionarse, ni mostrarse en un matrimonio y mucho menos en un matrimonio cristiano. Lamentablemente tengo que reportarles que he tenido en mi oficina muchos “cristianos” atrapados en este infierno, el cual es ilegal. Ya que no solamente está trasgrediendo la ley de Dios al lastimar a su prójimo, sino también la ley de su propio país. Es por eso que esta arma, deberá transformarse en un azadón, utilizando alegóricamente la profecía de Isaías, que dice que las armas de guerra se convertirán en instrumentos de labranza. (Isaías 2:4)
Siempre recomiendo parar esta práctica y le pido al agredido/a que si esto persiste hay que llamar a las autoridades competentes. No debemos permitir la manipulación religiosa.
Esta conducta es, desde todo sentido, inaceptable, destructiva y humillante. Además le garantizo que los golpes nunca logran resolver nada.
– El más famoso de los chantajes entre algunos “evangélicos” es el religioso. La frase: “Tenés que perdonarme porque somos cristianos”, encierra en realidad otra cuyo significado es: “no estoy dispuesto/a a cambiar pero tienes que perdonarme y seguir viviendo conmigo porque eres cristiana/o”.
– Explosiones de ira:
Algunos condicionan a sus parejas a tenerles miedo, un verdadero pánico; ya que si lo hacer enojar explotará y comenzará el show llamado: “Yo tengo la razón y la última palabra”.
– Las lágrimas:
Otra arma manipuladora para obligar a la otra persona a sucumbir a las demandas o caprichos de la supuesta “víctima”.
– La negación a la intimidad sexual:
Arma preferida de castigo de algunos cónyuges.
En esta vida es muy factible que nos enfrentemos a luchas, pleitos o dificultades, pero podemos ser pro-activos y lograr convertir estas “armas destructivas” en ‘herramientas” de amor, perdón, comunicación, tolerancia, y comprensión. Ser conscientes que debemos atacar el problema y no a nuestro cónyuge o prójimo. Como seres inteligentes, anticipémonos a los desafíos y/o conflictos, convirtiéndonos en pro-activos.
A esta altura seguramente se preguntará:
-¿Cómo?
1. Reconozca que la vida es injusta, pero Dios es bueno. En toda relación habrán roces, choques y hasta pleitos, (entiéndase por los mismos: enojo y/o desubicaciones, no golpes, ni tampoco maltrato físico o verbal). Es por eso que al principio le sugerí que tengan “un cuarto de peleas”. Esto significa que se pondrán de acuerdo en dónde y cómo pelear. Cuando no estén los niños o ya estén dormidos, hablarán sin gritar, cada uno cederá la palabra al otro… Y por favor ¡perdone! Cristo nos enseñó: “que si nosotros no perdonamos, Él tampoco nos perdonaría”. (Mateo 18).
Le sugiero haga lo mismo cuando tenga que corregir a un hijo. Busque la privacidad, nunca lo avergüence delante de los demás.
2. Ore siempre por su esposa e hijos. Pídale seriamente a Dios sabiduría, paciencia y prudencia para enfrentar las luchas de la vida. Su familia es lo mas importante que usted posee, cuídela.
3. Por muy enojado que usted esté, por favor preste atención a la otra persona, ya sea su cónyuge o sus hijos. Los hijos cambian cuando les escuchamos y les valoramos.
4. Cuando haga una pregunta que esta no sea retórica, ofrezca siempre una oportunidad de responder. Aunque usted ya sepa la situación, siempre pregunte sin hacer acusaciones, la mayoría de los pleitos se originan por malos entendidos.
5. Una práctica que me ha ayudado mucho es practicar la vida de perdón que Jesús nos ensenó. Pida perdón y ofrezca el perdón. Si se busca y se ofrece el perdón genuinamente, vivirá de milagro en milagro. El perdón no es un arma; es un estilo de vida para aquellos que amamos al Señor.
6. Y por favor nunca olvide entregar toda situación en oración al Señor.
Que Dios bendiga su familia y les haga próspero en esta tierra. (Salmos 112)
Ernesto Pinto
www.encuentro.ca