«Es hermosa la heredad que me ha tocado…». Salmo 16: 6b. Reina Valera (RVR 1960).
Cuando mi mamá conoció el Evangelio yo tenía seis años. En casa estábamos transitando momentos muy difíciles porque el papá de mi hermano, que era el más pequeño en ese momento, la golpeaba mucho y no siempre teníamos los alimentos necesarios. Mi infancia transcurría entre la casa de mis abuelos maternos, a 500 km al sur en Villa Atuel, San Rafael. Y otro tiempo con mi mamá y hermanos en Godoy Cruz, Mendoza. Bajo esas tristes circunstancias nos encontrábamos cuando una mujer, que necesitaba ayuda porque buscaba la dirección de la estación de ómnibus, nos habló del Evangelio. Esta señora vivía en su hogar una situación similar a la nuestra, de golpes, maltrato y necesidades con la diferencia que a ella su esposo la había echado y por eso se encaminaba hacia la terminal para ir a la casa de sus padres junto con su pequeño hijo de tan solo 2 o 3 años. A pesar de las terribles circunstancias que estaba enfrentando, ella tenía una paz increíble como si estuviera más allá de lo que le estaba pasando. Como si nada ni nadie le pudiera quitar lo que le había sido dado.
Esta mujer al ver a mi mamá limpiando la vereda, se acercó y entablaron una charla que luego continuó adentro de nuestra casa con unos mates y se prolongó por una semana más. Ese tiempo fue «invertido» en nosotros para que pudiéramos conocer de ese Dios maravilloso, responsable de esa paz y ese gozo que ella transmitía a pesar de lo que estaba viviendo. Luego de su partida empezamos a asistir a una iglesia cristiana en el barrio. Mi mamá leía constantemente la Biblia y muchas veces el amanecer nos encontraba orando y clamando por la vida de quien ese entonces era la pareja de mi mamá, de mis hermanos y por nosotras. Con mi hermana (de un año mayor que yo) íbamos a la escuelita bíblica y al coro. Luego asistíamos los cuatro juntos (mi mamá, hermanito, mi hermana y yo) a las reuniones generales a la tarde-noche. Fue en ese tiempo, un poco más de un año, que experimentamos el conocimiento del Evangelio, el primer amor y el cariño de familias cristianas. Buscamos al Señor con todo nuestro corazón, como si una necesidad muy intensa al fin se estaba satisfaciendo. Empezó a haber más gozo y paz en nuestro hogar, que era realmente lo que necesitábamos.
Después, el destino nos llevó a separarnos a mi hermana y a mí, de nuestra mamá y hermano (al tiempo llegaría otro varón quien es el pastor de la iglesia donde actualmente nos estamos congregando) porque nos fuimos a vivir con nuestros abuelos paternos a la ciudad de La Plata, en Buenos Aires.
A pesar de los años y de otras vivencias que hemos tenido, aquello que fue implantado en nuestro corazón continúa creciendo. Aprendimos que la oración nos ayudaba a enfrentar situaciones difíciles y a disfrutar más las felices. Y en la actualidad lo seguimos haciendo.
La vida en Cristo no asegura un camino con lechos de rosas pero sí en cambio nos brinda una paz con una seguridad increíble de saber que no estamos solos ni solas. Dios está con nosotros sosteniéndonos fuerte de Su mano poderosa.
Monica Rosas
Colaboradora de ENCUENTRO
Les compartimos dos nuevos programas de radio:
Prog # 1312 No se unan en yugo desigual
Prog 1311 El corazón del padre hacia los hijos