Confiando en Dios en Cada Etapa
- info593312
- 5 nov
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La fe no es algo que dominamos de la noche a la mañana; es algo en lo que crecemos día tras día. Así como una semilla necesita tiempo, luz y cuidado para convertirse en un árbol fuerte, nuestra fe madura a través de las estaciones de la vida, tanto en los momentos tranquilos como en los tormentosos. Cuanto más caminamos con Dios, más aprendemos a confiar en Él, incluso cuando no podemos ver Su mano.
1. La fe comienza con la confianza
Toda fe empieza con Dios. La Biblia nos recuerda:
“Ahora bien, la fe es tener confianza en lo que esperamos, es tener certeza de lo que no vemos.” Hebreos 11:1.
Tener fe es creer que Dios es bueno, aun cuando las circunstancias digan lo contrario. Es decidir descansar en Sus promesas, incluso cuando el resultado no está claro. Nuestra fe no está puesta en la suerte, en el destino ni en nuestras propias habilidades, sino en la naturaleza inmutable de Dios.
Cuando Abraham dejó su hogar, no tenía un mapa solo una promesa. Cuando Pedro salió del bote, no tenía suelo firme, solo una palabra de Jesús. La fe no siempre nos da explicaciones, pero siempre nos conduce a la transformación.
2. El crecimiento sucede a través de los desafíos
Seamos honestos: no solemos crecer cuando la vida es fácil. Crecemos cuando la vida nos estira. Las pruebas y las incertidumbres se convierten en el suelo donde la fe hunde sus raíces más profundas.
Santiago nos anima diciendo:
“Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia.” Santiago 1:2–3.
Cuando la vida pone a prueba nuestra paciencia, nuestra esperanza o nuestra obediencia, Dios no nos está castigando, nos está fortaleciendo. Como el oro refinado en el fuego, nuestra fe se vuelve más pura en medio de la prueba.
Tal vez estás viviendo una etapa en la que las oraciones parecen no tener respuesta o las puertas permanecen cerradas. Recuerda: aunque Dios parezca guardar silencio, Él sigue obrando bajo la superficie. El crecimiento suele ocurrir en silencio; las raíces se profundizan antes de que las ramas se eleven.
3. La fe crece con la Palabra de Dios
Nuestra fe crece cuando la alimentamos con las cosas correctas. Así como las plantas necesitan agua, nuestras almas necesitan el alimento de la Palabra de Dios.
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Romanos 10:17.
Cada vez que leemos las Escrituras, recordamos a nuestro corazón quién es Dios. Su Palabra renueva nuestra perspectiva y fortalece nuestra confianza. La fe no es ciega sino está enraizada en la verdad.
Cuando las dudas intenten entrar, abre tu Biblia y deja que sus promesas hablen más fuerte que tus temores. Marca los versículos que te recuerdan Su fidelidad. Escríbelos, repítelos en voz alta y llévalos contigo durante el día.
4. La fe crece en comunidad
La fe no está diseñada para crecer en soledad. Así como una brasa aislada pierde su fuego, nuestra fe puede apagarse si caminamos solos.
Hebreos 10:24–25 nos anima:
“Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos... sino animémonos unos a otros...”
Rodéate de personas que te edifiquen, oren contigo y te recuerden las promesas de Dios. Las historias de otros, cómo Dios respondió sus oraciones, los sostuvo en la pérdida o abrió puertas inesperadas, pueden reavivar nuestra propia fe.
Cuando compartimos testimonios, sembramos semillas de esperanza en los demás. Tu historia podría ser exactamente lo que alguien necesita oír hoy.
5. La fe produce fruto
La evidencia final de una fe que crece es una vida transformada. Cuando nuestra confianza en Dios madura, naturalmente da fruto, paz en la ansiedad, gozo en el dolor, amor en el conflicto y esperanza en la incertidumbre.
Jesús dijo:
“Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto.” según Juan 15:5.
Nuestro papel es permanecer en Él mantenernos conectados por medio de la oración, la obediencia y el amor. El crecimiento es obra de Dios, pero la rendición es nuestra.
Si hoy sientes que tu fe es pequeña, ten ánimo. Jesús dijo que una fe tan pequeña como un grano de mostaza puede mover montañas (Mateo 17:20). El crecimiento no ocurre de golpe; es un proceso. El mismo Dios que comenzó una buena obra en ti la llevará a cabo hasta completarla (Filipenses 1:6).
Así que sigue confiando. Sigue orando. Sigue avanzando. La fe crece no en la perfección, sino en la perseverancia. Cada acto de confianza, cada oración susurrada, cada momento en que eliges creer eso es crecimiento.
“Señor, aun cuando no entiendo, confío en Ti. Ayúdame a crecer en la fe.”
Viola Ayala
Redacción Encuentro




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